• Castillo Cárpatos
Esto no es una narración fantástica; es tan sólo una narración novelesca. ¿Es preciso deducir que, dada su inverosimilitud, no sea verdadera? Suponer esto sería un error.
Pertenecemos a una época donde todo puede suceder. Casi tenemos el derecho de decir que todo acontece. Si nuestra narración no es verosímil hoy, puede serio mañana, gracias a los elementos científicos, lote del porvenir, y nadie opinará que sea considerada como leyenda.
Por otra parte, no se inventan leyendas a la terminación de este práctico y positivo siglo XIX; ni en Bretaña, la comarca de los montaraces korrigans. ni en Escocia, la tierra de los browNics y de los gnomos, ni en Noruega, la patria de los ases, de los elfos, de los silfos y de lis valqui-rias, ni aun en Transilvania, donde el aspecto de los Cárpatos se presta por sí a todas las evocaciones fantásticas. No obstante, conviene hacer notar que el país transilvano está todavia muy apegado a las supersticiones de los antiguos tiempos.
M. de Gérando ha descrito estas provincias de la extrema Europa. Eliseo Reclus las ha visitado, pero ninguno de los dos ha dicho nada que se relacione con la curiosa na rración objeto de este libro. ¿La conocieron? Tal vez, pero acaso no han querido dar fe a la leyenda.
Esto es sensible, pues la hubieran referido, el uno con la precisión del historiador, el otro con aquella poesía natural en él y derramada en sus relaciones de viaje.
Puesto que ni uno ni otro lo han hecho, voy yo a intentarlo.
El 19 de mayo de aquel año, un pastor apacentaba su rebaño a la orilla de un verde prado, al pie del Retyezat, que domina un valle fértil, cubierto de árboles de ramaje recto y enriquecido con bellas plantaciones. Las galernas que vienen del N.O. arrasan durante el in-vierno este terreno descubierto y sin abrigo. Entonces, según la frase del país, se le hace la barba, y algunas veces muy al rape.
Aquel pastor no tenía nada de los de la Arcadia en su traje, ni nada de bucólico en su actitud. No era un Dafnis, ni un Amintas, ni un Tityre, ni un Licidas, ni un Melibeo. El Lignon no murmuraba a sus pies, encerrados en gruesos zuecos de madera. Estaba junto al río de Valaquia, cuyas aguas frescas hubieran sido dignas de correr por entre las sinuosidades de que se habla en la novela Astrea.
Frik-Frik, natural de Werst (así se llamaba el rústico pastor), tan descuidado de su persona como las bestias; bueno para habitar en aquella zahurda construida a la entrada de la aldea, y donde sus cameros y sus puercos vivían en revuelta prouacrerie, única voz tomada del antiguo idioma que conviene a los piojosos apriscos del distrito.
El immanum pecus apacentado por dicho Frik, era immanior ipse. Echado sobre un mullido otero, dormía el pastor, un ojo cerrado, el otro alerta, con la gran pipa en la boca, silbando de vez en cuando a sus perros si alguna oveja se alejaba del prado, o tocando el cuerno, cuyo sonido repercutía en los ecos de la montaña.
Eran las cuatro de la tarde. El sol declinaba en el horizonte. Hacia la parte Este divisábanse algunas cúspides, cuyas bases estaban como sumergidas en flotante bruma. Al S.O., dos gargantas de la cordillera dejaban pasar un oblicuo haz de luz solar, como el punto luminoso que se filtra por una puerta entornada.


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Castillo Cárpatos

  • Autor:
    Julio Verne

  • Código del producto: 490
  • Categoría: Calificadores de LENGUA, Ficción y temas afines, Lenguas indoeuropeas, Ficción: general y literaria
  • Temática: Ficción clásica: general y literaria, Francés
  • ISBN:
  • Idioma: Español / Castellano