• Loas a María
María, obra maestra de Dios, creador del cielo y de la tierra, sólo está al alcance de la fe y de una poesía inspirada por ella. Encierra tal perfección, tanta belleza, que sólo los ojos ahondados por la presencia del Espíritu y tocados por la gracia son capaces de vislumbrar su misterio.

Ante el prodigio de la Virgen, la teología, durante mucho tiempo, no ha encontrado otra forma de hablar de ella que acumular sobre su nombre honores y atributos, como si se la pudiera engrandecer a fuerza de otorgarle nuestros pobres títulos nobiliarios. La piedad popular, por su parte ? y yo prefiero con mucho este camino ?, para decir quién es la que por su proximidad a Dios refleja mejor que nadie su Misterio ha recurrido a todas las metáforas, a todas las transgresiones del lenguaje, que la convierten en "torre de marfil", "casa de oro", "puerta del cielo", "estrella de la mañana"...

Los Evangelios siguieron otro camino. No necesitaron encumbrar a la que desde la Anunciación hasta la Cruz había estado en la proximidad del Altísimo abajado a la condición humana. Se limitaron a referir las fórmulas con que la identificó el Ángel de parte de Dios y con la que se identificó ella misma: Esclava del Señor, Llena de gracia, Visitada por el Espíritu, Madre de Jesús que escuchaba sus palabras, las meditaba en su interior y las ponía en práctica, y casi nada más. Después, nos hacen adivinar su lugar entre las mujeres, que seguían a Jesús desde Galilea y le servían, y que contemplaron, desde lejos o al pie de la cruz, al Crucificado, cuando los discípulos lo habían dejado solo y lo habían abandonado. Al final, Lucas la sitúa formando parte del núcleo orante de la Iglesia naciente congregada y animada por el Espíritu. Pero así, merced a sencillas alusiones, pinceladas dispersas, componen un retablo imaginario del que se han alimentado la piedad popular y el arte de imagineros y pintores que han tallado y pintado a lo largo de los siglos los iconos, los cuadros y las imágenes de María que nos siguen asombrando y conmoviendo.

¿Cómo cantar poéticamente a esa María, figura casi sólo vislumbrada a través de los relatos de la vida de Jesús? Algunos lo han intentado, siguiendo las huellas de los Evangelios apócrifos, imaginando un personaje y una vida fabulosos, a la medida de los sueños humanos de grandeza, llenos de milagros, poderes y una gloria que deslumbra. Sin darse cuenta que de esa forma siguen la pista que inició el Tentador con Jesús, cuando quiso imponerle la propia imagen del Mesías y de su misión.

El autor de estas Loas a María ha seguido otro camino; el de los Evangelios de verdad, que relatan la realidad de la condición humana de Jesús con esa fidelidad, con esa simpatía propia de la mirada contemplativa que, hecha "toda oídos", hecha perfecto "heme aquí" ante los Misterios de la vida de Jesús, termina reflejando la hondura del Misterio que se le revela, como el pequeño estanque tranquilo refleja la inmensidad del firmamento.
Nuestro poeta no define teóricamente, teológicamente, su camino, ni lo convierte en tesis programática. Alude a él, con la mayor discreción, en la cita ignaciana de los Ejercicios Espirituales que preside la obra desde su página inicial: "Para meditar o contemplar debe narrarse fielmente la historia [...] viendo con la vista imaginativa como si presente me hallase". Y después lo recorre en la personalísima poética que encarnan sus versos. Una poética sin artificio, que descubre la profundidad de lo real ? hay en todas sus obras una perceptible preocupación por lo originario ? y su belleza, haciendo aflorar en la sencilla palabra justa para cada cosa relativa a María, la gloria y la gracia que irradian desde la Anunciación del Ángel. No cabe forma más rigurosa, más exacta, más transparente de cantar a la Tota Pulchra, a la Obra divina, a la Gloria virginal que ésta:

"De lo hondo de su corazón
mana cándida ciencia
como de un pozo la frescura...
Prestos a transformarse en frutales
sus labios siempre están en flor.
Y cuando arrecia el huracán
al abrigo de su boca
las palabras aletean cual palomas".

Y lo mismo que las cosas, los acontecimientos, narrados con palabras tan sencillas, tan fieles que, sin alusiones a nada extraordinario, convierten lo que a una mirada superficial sería simple suceso, hecho bruto, en acontecimiento salvífico del que depende la vida de la propia persona y que decide el curso de la historia.

Los acontecimientos de esta imaginaria vida de María se distribuyen, al hilo de los Evangelios, en torno a tres momentos: los relatos de la espera, el nacimiento y la infancia de Jesús; su vida oculta, traspasada por los presagios y los ecos de lo que había de venir, intuido y sugerido desde el principio; y la "hora", el momento decisivo de la "Madre Dolorosa" asociada a la muerte del Hijo e introducida por el poeta en la narración de la Pasión.

En los poemas de Navidad la contemplación se hace narración amena, llena de detalles, como un campo florido, como los belenes más ingenuos, polarizados por la adoración asombrada del Misterio del Dios hecho, no "carne", no hombre, como dice la teología, sino niño, como dicen los Evangelios de la infancia.

Mater Pulchrae Dilectionis (Madre del Amor Hermoso) es la mejor recreación poética, como una miniatura en movimiento, de la narración de Lucas del Nacimiento de Jesús, dotada de resonancias cósmicas: "toda la creación está sumergida en la paz de dos corazones acordes", y abierta al destino:

"nacido para donar
cual corderillo degollado
la última gota de su sangre
escanciada en el vivo cáliz de su costado
e infundir por el orbe
un nuevo vigor humano"
que perfila la identidad y la misión del recién nacido.

La Divina Pastora reproduce, con todos los elementos del fervor, la alegría desbordada sobre la creación entera y la libertad sin trabas, el primer "belén viviente" inventado por aquel otro poeta, maestro en adjetivos para las hermanas cosas, que fue Francisco de Asís. Confieso que, después de haber saboreado los otros momentos del Evangelio de la infancia como la adoración de los Magos: La bienhallada, la huida a Egipto: Huida de altos vuelos, o el prodigioso canto de Matanza de los Inocentes, he entrevisto una nueva forma de villancico, más propio para la música de un autor de nuestros días que todavía no conozco, que esté al cabo de la calle, pero con el corazón, la conciencia y la fe a flor de piel.

Con esa fusión de registros propia de las verdaderas obras de arte, los poemas de estas Loas se hacen a veces "Fresco" de Fra Angelico o "Cuadro al óleo", con la tormenta de Getsemaní al fondo. En algún otro: "Manos bienhechoras", se palpa, vigorosa, la imagen de una virgen castellana, de manos encallecidas, agrietadas, doloridas ? cercanas ya a las manos atravesadas y al costado traspasado ? sin que la talla pierda la armonía y la musicalidad capaces de caricias semejantes a las de "las notas musicales del viento".

Nada tan difícil de cantar como los años oscuros de la vida oculta de Jesús, precisamente aquellos en los que tuvo más relieve para él la figura de la Madre. Nuestro poeta tiene el acierto de imaginarlos a la luz de los relatos evangélicos que conocemos. Por eso sus versos producen en el lector la impresión de haber recuperado el cuadernillo que falta y que tanto echa de menos cuando se ve obligado a pasar de la Presentación de Jesús en el templo a su bautismo por Juan y el comienzo de su predicación del Reino. Los indicios materiales del carácter evangélico de estos poemas son las alusiones al "hijo del carpintero" y su oficio, las referencias a la vida ordinaria que traslucen las parábolas y los relatos evangélicos, y la consonancia de los hechos imaginados con los gestos y palabras del Jesús de los Evangelios. Pero lo evangélico de estos poemas de la vida oculta no es sólo su contenido. Es sobre todo su forma que, con las palabras de la vida cotidiana, las del mundo del carpintero y el campesino conocidos de primera mano, y las de la relación, única entre todas - "almas armoniosas" ? de la madre y el hijo, transparentan los misterios - ni gozosos, ni luminosos, ni dolorosos, ni gloriosos, o tal vez todo eso a la vez - de los largos años de vida familiar de quien aprendió a ser Hijo de Dios siendo verdaderamente hijo de María.
En esta nueva sección los poemas se convierten a veces en una nueva letanía lauretana:

"Ella es la Purísima, la Inmaculada, la Impecable,
la Grieta sagrada que ofrece protección,
la Abertura diáfana que conduce a lo remoto,
la Oquedad para guarecer al más alto albedrío,
la Cavidad para oír lo inaudible,
la Galería que baja a estancias ignotas,
la Hornacina que abarca longitudes invisibles,
la Caverna que alberga el silencio,
la Cisterna que absorbe diluvios,
la Cripta donde habita lo sagrado
y el Agujero adonde van los aldeanos
a enterrar sus discordias ..."

Otras veces los poemas son episodios de la Leyenda áurea que hacen de María "Portadora de salud", "Portadora de Paz":

"La madre con su Hijo
se acerca al primer guerrillero
y empieza a lavarle las heridas,
mientras el niño lo acaricia";

o "Madre indefensa".

Como imagina la piedad de muchos cristianos, el evangelio de la vida oculta de nuestro poeta está todo traspasado por la conciencia del "Sabe que se va...", aplicado a Jesús, que acompaña el discurrir de los días de María de Nazaret. Esa conciencia se hace "Adiós", "Despedida candente" y "Soledad sumergida", a medida que se aproxima "El Evangelio último".

De la vida pública de Jesús no hay en este Evangelio de María más que los ecos que llegan de ella a una madre ávida de noticias, que sospecha la subida a Jerusalén que condensa la vida de su Hijo. Al final, ella, la mejor de las discípulas, decide por fin hacer su propia subida, "alma en pena inmersa en los silencios", a la búsqueda anhelante ? como la de la esposa del Cantar de los cantares, pero de qué otro modo ? de su Amado que es su Hijo.

Los poemas de la última fase ofrecen una visión de la Pasión enteramente original, la que reflejan los ojos de la Madre y que conduce, a través de "La vía dolorosa", al Calvario: "Al pie de la cruz"; se condensa en "La Piedad" y culmina en "La exaltación de la Santa Cruz" que lo es al mismo tiempo de la Madre:

"... Mientras Santa María Madre de Dios
es asunta en cuerpo y alma a los cielos
ad lucem per crucem
junto a su Divino Hijo como Reina y Señora".

Ninguno de estos últimos poemas acaba cerrado sobre el momento que narra. Todos están abiertos a la misión que muestra su sentido, hacia los que los contemplamos en la fe y en la liturgia como fuente de salvación y de vida:

"La Santa Contemplativa
cae de rodillas
a la vera de la cruz
y enseguida los siglos entonan a una
con los ángeles
los improperios venideros
Hagios o Theós
Santo es Dios...,
Ten piedad de nosotros".



Por eso también "La Piedad" termina:

"Y por la caracola de los Siglos Medios se oye
Stabat Mater Dolorosa".

Todos sabemos que los Evangelios canónicos no agotan los acontecimientos que narran. El mismo autor del IV Evangelio nos advierte que "Jesús hizo otras muchas cosas" y que "si se quisieran recordar una por una... ni en el mundo entero cabrían los libros que podrían escribirse (Jn 21, 25). André Frossard, por ejemplo, escribió para una hermosa colección de reproducciones de los mosaicos de Ravenna un texto titulado L?Évangile selon Ravenne. Desde que conocí el original de las Loas a María tengo la impresión de contar gracias a ellas con un Evangelio de María según José Mascaraque. Y, convertido en su apóstol, no hago más que invitar a cuantos conozco a su lectura. Pocas veces he estado tan seguro como ahora de que los que lo lean me agradecerán la invitación, como yo agradezco a su autor la gracia, la inspiración, el cuidado, la piedad y el amor con que nos entrega esta obra maestra de devoción y poesía.


Juan Martín Velasco


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Loas a María

  • Autor:
    José Mascaraque Díaz-Mingo

  • Código del producto: 5839
  • Categoría: Biografías, literatura y estudios literarios, Filosofía y religión, Poesía, Religión y creencias
  • Temática: Poesía de poetas individuales, Cristianismo
  • ISBN:
  • Tamaño: 140 x 210 mm
  • Páginas: 112
  • Idioma: Español / Castellano
  • Interior: B&N (Estándar)